Entrevista a María Leal, nuestra cliente más entrañable
Queremos presentarte a María Leal, una de nuestras clientes más entrañables, porque además de ser cliente, lleva trabajando toda la vida con nuestra familia, tejiendo unas mantitas preciosas que vendemos en la tienda, después de bordarlas, claro.
María teje sus mantitas con muchísimo cariño; con sus bobinas de lana, mimando cada detalle y poniendo a mano el ganchillo. Son unas mantas irrepetibles, sobre todo al personalizarlas bordando el nombre de su destinatario. La que se muestra en este post de color azul y personalizada para Mario es un buen ejemplo… ¿Bonita, eh? 🙂
En esta entrevista, María nos va a contar su historia, qué fue de su empresa y cómo ha sido su trayectoria. Ya te adelantamos que es una mujer luchadora y un auténtico ejemplo a seguir.
Para comenzar la entrevista, queremos preguntarle cómo empieza usted a tejer, a hacer punto.
Pues es un poco largo pero muy sencillo. Yo he trabajado en tiendas y en prendas de punto, siempre.
Un día, trabajando en una tienda, llegó una persona, que se llamaba Pinganón, por cierto. Y me dijo: «qué bien te vendría una máquina de hacer punto». Y yo pensé «jolín, pero… 30.000 pesetas, no voy a poder». «Además, yo te voy a dar trabajo», continuó. La verdad es que así empezó mucha gente en aquellos tiempos.
Yo tenía 18 años y empecé a hacer punto con ellos en una tienda y llegaron las vacaciones. Ellos se marcharon y cuando volvieron les dije que yo ya tenía trabajo para seguir sola y así estuve un tiempo. En casa, hasta que mi novio en aquel momento terminó la mili y le dije «mira, Rafa, esto promete, esto promete». Así que nos compramos un localcillo, que no sé ni como lo pagaríamos, y empezamos. Además, empezamos en serio y bueno… Pues tuve trabajo toda mi vida. Luego me jubilé y, como no puedo estar sin hacer nada, me inventé lo de las mantitas. Y ahí voy.
En la actualidad, la gente me contacta y me dice que quiere la mantita y hago mis ganchillitos. Lleva mucho trabajo, la verdad, porque salen unos trozos de punto enormes… Además, están arrugados y hay que hilvanar, planchar, remallar… Pero bueno, llevo haciéndolo toda la vida. Desde que tenía diecisiete años hasta, ahora, que tengo muchos, creo que 73 este año (risas).
¿Cómo consigue liar usted a su marido, por aquel entonces su chico?
Le convencí, sin más. Yo creo que creyó en mi el muchacho. Eramos de pueblo los dos (risas). En principio el seguía trabajando, pero lo compatibilizaba. Yo le apuntaba, del cien al cien. A 30 pasadas, pasas el pasapuntos. Le pones a tal numeración. Le tenía todo escrito en cuadernos muy gordos. Pero bueno, ahora ya no le hace falta. Madre mía, como me oiga (risas).
Antes nos contó que empezó con una tienda pequeña que acaba convirtiéndose en una tienda con todas las letras, en el centro de Madrid.
La verdad, gracias al boca a boca. Nada de propaganda. Y de hecho, a mi tienda de Andorra 101 vinieron personas de las que se llaman ilustres. Ahora ya no hay nada.
¡Qué penita tiene que dar ver ese rincón vacío! Pero bueno… Ahora hablemos de técnicas, ¿qué técnicas domina? ¿Ganchillo, punto?
Todo lo que se haga con una aguja, un dedal, un ganchillo o dos agujas. Todo lo que sea a partir del punto, a mano o a máquina, porque me apasiona.
De hecho, me he jubilado y todavía sigo haciendo mantitas. Voy a centros de mayores y les enseño a hacer mantitas, chaquetas, abrigos, lo que quieran hacer y esto es fenomenal. Yo creo que recibo más de lo que hago… ¿Por qué? Porque sigo en contacto con la gente y me siento satisfecha de que ellas terminen sus jerseys. A muchas incluso les regalo la lana, porque nunca hice liquidación.
¿Piensa seguir enseñando y haciendo punto muchos años?
Sí, mientras pueda y quieran las señoras aprender.
Nos ha dicho un pajarito que está en un proyecto muy bonito, ¿cómo se llama?
Se llama Bufanda amiga y consiste en que hacemos bufandas que después, en invierno, regalamos en la calle o en centros de ayuda, donde va gente que lo necesita, para que no pasen frío. Esto en los centros de mayores de Hortaleza se conoce bien. El nombre me lo puso una monitora profesional, le conté la idea y me dijo, «¡ah!, pues eso está muy bien, lo vamos a llamar Bufanda Amiga.
¿Y cómo se le ocurre esta preciosa iniciativa?
Se me ocurre porque yo soy católica practicante y durante una temporada no tuve tiempo de ir a unos horarios de misa normales. Entonces, me iba a las siete de la mañana a Jesús de Medinaceli, a las ocho o las nueve a Santa Gema… A sitios donde las misas empezaban más temprano. Al ir veía a la gente desamparada y siempre trataba de regalarles un café y una bufanda. Eso me llenaba tanto como la misa. Empecé así y, cuando empecé a hacer punto con las personas mayores, les pedí que por favor, como mínimo me hicieran una bufanda para esta iniciativa.